Como si San Francisco estuviese enclavado en el Mato Grosso en lugar de pertenecer a la próspera California, Stoltz vive artísticamente en su propio mundo, ajeno a los caprichosos vaivenes de la industria musical. Incluso últimamente ha renunciado al cómodo y supongo que rentable rol de segundo guitarrista en las giras de sus acólitos Echo & The Bunnymen; en pago a los servicios prestados, el alumno Will Sergeant colabora con su rasposa guitarra en algún que otro tema de este, de nuevo, inmaculado disco. Ferviente defensor de un personal estilo que mezcla armónicamente las melodías pop con sutiles resabios psicodélicos, su obra está tan distante de los gurus de la psicodelia clásica como de esa plúmbea recreación de la música soñadora que encarnan Tame Impala y tantos otros. Reconocibles a la primera, no por repetitivas si no por su indeleble toque personal, sus canciones son un bálsamo de gomosa esponjosidad melódica, que se deslizan sedosamente por los pabellones auditivos del oyente atento, para instalarse de manera perpetua en el subsconsciente. Todas esas virtudes y alguna otra reúnen “The Quiet One”, título que encaja a la perfección con su personalidad artística, o la delicada “Darkness Too”, que en sus momentos de crescendo rememora al exquisito finado Bowie. El hecho de haber aparecido a finales de año quizás le prive de aparecer en las listas de lo mejor del 2.020, factor que al buen degustador de música le ha de importar lo mismo que, imagino, al propio Stoltz, esto es, nada en absoluto.

Autor: Manuel Borrero